Dónde dialogas, cómo dialogas

Juan de la Puente El diálogo político que impulsa el premier Juan Jiménez Mayor avanza a pesar de la ausencia de tres partidos. La segunda ronda, destinada a precisar detalles y acciones, es criticada bajo la creencia de que si no están todos y si es escasa su publicidad, su destino es el fracaso. Esta presunción puede ser equívoca y fatal en un país donde, a pesar de lo que parece, se dialoga y se alcanzan consensos, aunque sea a palos.

La relevancia del diálogo en el Perú actual es más intensa que la cultura política que la niega. Por ejemplo, no es posible explicarse los conflictos sociales con las reglas que operaban a inicios de la década pasada cuando le explotaron en la cara al sistema. Conflicto social/diálogo es ya una ecuación aprendida socialmente y en creciente uso en el ámbito público y privado. Mesas de concertación, consejos de coordinación, gerencias privadas de relaciones comunitarias, gerencias públicas de participación, presupuestos participativos, manuales de gestión de conflictos y foros permanentes, entre otros, son espacios e instrumentos que impulsan una movilización en favor de la consulta y el consenso.

Si se permite el término, en el Perú hay más “dialoguismo”. El reciente reporte de conflictos de la Defensoría del Pueblo (Reporte de los conflictos sociales N° 115) indica que de los 175 conflictos activos, 88 se encuentran en proceso de diálogo, es decir el 50% y de estos 54 son tratados a través de mesas de diálogo o comisiones de alto nivel. Este diálogo social vasto y micro se suma a otras formas de diálogo más permanentes, nacional o sectorial, como las Mesas de Concertación de Lucha contra la Pobreza, el Acuerdo Nacional, el Consejo Nacional de Educación, entre otras.
En el actual proceso de diálogo, solo el fujimorismo podría no perjudicarse de una abstención habida cuenta de su perfil programático y de su tradicional electorado. Aun así, una política de full contact como respuesta al diálogo no sería muy recomendable si la idea es salir del 1/4 electoral de la primera vuelta del 2011. En el caso de Perú Posible y el Apra, la abstención suena de entrada como un pésimo negocio; ambos grupos expresaron en su momento una opción de centro, abierta al diálogo y de desborde de su identidad, Además, Perú Posible implementó el Acuerdo Nacional y el Apra ganó el 2006 gracias en parte al Frente Social, un escenario precisamente de encuentro político. Regresar del no diálogo puede ser más adelante una operación fracaso, especialmente en el caso del Apra, que luego de su exitosa ofensiva judicial contra la megacomisión necesita abrir un juego político extraparlamentario.

La relación entre el conflicto político y el diálogo ha sido desde  la caída del fujimorismo muy dinámica. Nuestro sistema político, débil y de precarias mayorías, ha podido soportar solo guerras políticas de corta duración de modo que las oposiciones duras, en la calle y en el Congreso, lo han sido por períodos que han debido ceder a rechinantes consensos. La más larga de estas guerras ha sido la última, entre marzo y agosto de este año, con los resultados a la vista de pérdida de legitimidad de los actores.

El costo de transacción del actual diálogo será menor para los objetivos de los grupos políticos de cara a los comicios del 2016, sobre todo porque las reformas de mediana intensidad que constan en todas las agendas de mediano plazo no se alcanzarán sin diálogo. Al contrario, las iniciadas en los últimos años, como el de la descentralización, calidad de la educación, gasto público, regulación ambiental, prestación de salud, por citar algunas, solo fueron abordadas exitosamente desde el consenso. Es más, a pesar de lo que se afirma sobre la seguridad ciudadana, que ya todo está dicho y que solo falta ejecutar las políticas, lo que allí falta es un pacto explícito. En ese contexto, el actual diálogo tiene más vida de lo que se piensa. Ha logrado movilizar más que el conflicto mismo aunque es probable que las piedras que sobre esta iniciativa se lanzan causen algún daño.

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Fuente: La República